Dreaming my dreams- The cranberries

Los noventa fueron para mí años de transición. Como si hubiera entrado por una puerta y salido por otra y mi vida hubiera dado un giro de ciento ochenta grados.

Todo a mi alrededor estaba cambiando demasiado deprisa y la vida, muy desconsideradamente, me daba un empujón tras otro diciéndome: “¡Espabila!” “Bueno, si te pones así” le respondía yo con pocas ganas.

Si me sitúo más o menos a la mitad de la década, tengo una imagen de mi misma que ahora me parece rara. Voy a tiendas de discos y me compro algún que otro cd. Alquilo vídeos de vhs para ver en casa. Tengo un ordenador inmenso sin conexión a internet y mi móvil tiene botoncitos y solo sirve para llamar a la gente.

Va a ser que también el mundo, como yo, estaba en una etapa de transición en los convulsos noventa.

Si pienso en aquellos años, hay una voz dulce y un tanto melancólica que me acompañó desde su Irlanda natal, la de Dolores O’Riordan, cantante de The cranberries, que en la portada del cd “No need to argue” (que fue de los que me compré) está sentada en el suelo y mira hacia otro lado, como desconectada del resto de sus compañeros.

The cranberries se fundó (sin Dolores) en 1989. “No need to argue” lanzado en 1994 fue su segundo álbum de estudio, y con él la banda despegó por todo lo alto, muy especialmente con “Zombie” su canción más famosa. Los tres chicos que acompañan a Dolores en el sofá y que miran a cámara son Noel Hogan (guitarra) Mike Hogan (bajo eléctrico) y Fergal Lawler (batería). Dolores O’Riordan que se incorporó a The Cranberries en 1990 sustituyendo a Niall Quinn, también tocaba la guitarra y teclados además de ser la principal compositora y arreglista de los temas de la banda, algunos en co-autoría con Noel Hogan.

Todas las canciones de “No need to argue” están llenas de un lirismo especial que te conmueve. La inimitable voz de Dolores, su carisma, su emocional manera de interpretar los temas, su característica forma de cantar (¿a lo tirolés?) sus letras tan sinceras como comprometidas o tal vez las influencias de folk celta del grupo, originario de Limerick (Irlanda) les hicieron especiales, aunque Dolores estaba un punto por encima de los demás y ellos lo sabían.

Seguí más o menos la carrera de The cranberries hasta el final (aunque no escuché los discos posteriores tanto como “No need to argue”) y creo que aparte de sus canciones, me atraía mucho la personalidad de Dolores. Su fuerza bajo su fragilidad. Su aspecto de duendecillo andrógino, de persona que hace lo que le da la gana, sin mirar hacia los lados. ¿Se puede transmitir la sinceridad? Yo creo que toda ella rezuma verdad.

Por eso he elegido una de sus canciones más íntimas e introspectivas “dreaming my dreams” que es una simple canción de amor, que cantó con acompañamiento orquestal en 1994, en el programa de la BBC “Later with Jools Holland”. Rodeada de gente, el foco de atención es Dolores, tan pequeñita, con su pelo rapado y su mirada firme, segura de sí, hablando tranquilamente de la importancia de que la persona que amas sepa que tu amor está ahí y que soñarás tus sueños junto a ella.

La crítica maltrató a The cranberries en muchas ocasiones. Su procedencia rural, su desapego de los medios, la personalidad de Dolores O’Riordan (hoy diríamos muy políticamente incorrecta) no ayudaban. Tuvieron una carrera con altibajos y separaciones varias, que duró hasta el año 2019, un año después de la absurda muerte de Dolores, que me pilló totalmente desprevenida, como a Dolores en la portada de mi ya viejo cd, mirando hacia otro lado.

Desde mi vida, mucho más cómoda entonces, recordé a la inestable Dolores O’Riordan, a The Cranberries, que estuvieron conmigo en los malos tiempos y, desde los noventa, los traje al presente, incluyendo muchos de sus temas en mis listas de Spotify.

Y por si queda alguna duda, aquí están, formando parte de las canciones robadas al tiempo. Y no será la última vez.

White rabbit – Jefferson Airplane

Dicen que nuestro cuento favorito, aquel que leíamos una y otra vez de pequeños o el que nos gustaba que nos contaran antes de dormir, define nuestra personalidad.

Yo tengo dos. El primero es Peter Pan. Tenía el libro y vi la película de Disney varias veces en el cine. Siempre me quedaba fascinada cuando Peter Pan guiaba a Wendy y sus hermanos (en ese vuelo mágico en el que ayudaba el polvo de estrellas de una celosa Campanilla) hacia el país de Nunca Jamás.

Luego estaba “Alicia en el país de las Maravillas” que también tenía en un disco pequeño de vinilo rojo. Casi me lo aprendí de memoria, de tanto ponerlo. Más adelante me leí los libros de Lewis Carroll. El del país de las Maravillas y “Alicia a través del espejo”. Ambos llenos de personajes increíbles: la oruga fumadora, el gato de Cheshire (mi favorito) el sombrerero loco y la liebre de marzo, las reinas (la de corazones o la blanca y roja en aquella partida de ajedrez que tenía lugar al otro lado del espejo) y el conejito blanco que siempre llegaba tarde.

A Grace Slick, la transgresora vocalista del grupo de rock psicodélico Jefferson Airplane, también le gustaban Peter Pan, el Mago de Oz o las aventuras de Alicia. Todo lo que pudiera llevarle hacia un mundo diferente, volando por los aires, siguiendo un camino de baldosas amarillas o tal vez yendo tras un conejo blanco que mira inquieto su reloj.

La curiosa Grace, allá por el año 1965 o 1966, echó a volar su imaginación. En su cabeza resonaban los sonidos del “Sketches of Spain” de Miles Davis, y más allá los lejanos ecos del Bolero de Ravel. Comenzaban a notarse los efectos del LSD recién consumido y de pronto ella era una niña con vestido azul y delantal, frente a una oruga que le decía:

“One pill makes you larger and one pill makes you small”

Claro que la oruga fumadora se refería a los dos lados de la seta sobre la que estaba plácidamente sentada. Podía haber sido una botella con el sugerente letrero de “Bébeme”, un pedazo de pastel o una pastilla de colores. Grace Slick, firme defensora del uso de sustancias capaces de alterar el estado de la mente y de la legalización de las drogas, había llegado en el momento y lugar adecuados. Esa década de los sesenta que abría las puertas a la experimentación y al exceso, tenia mucho que ver con su forma de entender la vida.

“White rabbit” era interpretada cadenciosamente por ella misma, que con voz de sacerdotisa parecía conducirte hipnóticamente dentro de la madriguera. La canción estaba lista para convertirse en un arrollador éxito en 1967, el año del “verano del amor” el movimiento hippie en Estados Unidos en todo su esplendor.

Pero todo esto también tuvo su principio en la vida de Grace, nacida en California y educada para ser una señorita. El estallido del rock en San Francisco animó tanto a ella como a su marido, el cineasta Jerry Slick, a montar su propia banda en 1965, la Great Society. Fue en ese momento cuando escribió “White rabbit” en una versión más larga y en la que era menor su protagonismo vocal.

Aunque no les fue mal con Great Society la gran oportunidad vendría para Grace con el ofrecimiento de la banda Jefferson Airplane de sustituir a su cantante. Grace llegó con dos canciones debajo del brazo, “White rabbit” y “Somebody to love”. Dos grandes éxitos. En el primer caso la canción fue modificada hasta la versión que conocemos, incluida en el LP “Surrealistic pillow”, el LP más significativo de Jefferson Airplane, grupo considerado símbolo de la contracultura hippie, con epicentro en San Francisco.

Dos años más tarde, en 1969, tendría lugar aquel mítico festival de Woodstock. Allí, el día 17 de agosto a las 8 de la mañana, sonaba la voz de Grace Slick, ante miles de espectadores que tal vez se preguntaran si estaban despertando de algún extraño sueño.

El reverendo Lewis Carroll (Charles Lutwidge Dogdson) amante de las matemáticas y de la lógica, fue un incomprendido en su época. También era curioso e imaginativo y posiblemente consumía opio. Cuando escribió sus cuentos para la encantadora Alicia Liddell a finales del siglo XIX, no pudo imaginar que décadas más tarde sus personajes vivirían en la imaginación de otra niña que más adelante afirmaría con seguridad:

“Go ask Alice, I think she’ll know…”

Y es que ya lo decía el enigmático gato de Cheshire:

“La imaginación es el único arma en la guerra contra la realidad”

Sinner man – Nuestro Pequeño Mundo

Esta extraña canción que yo recuerdo haber cantado en mis años de colegio, con letra en castellano que decía “Oh pecador ¿dónde vas errante?” viene de muy lejos.

Su origen nos lleva hasta los espirituales negros, aquella música en la que se mezcla la espiritualidad y el sufrimiento. “Sinner man” habla del profundo lamento del hombre que huye, en el día del juicio final. Teniendo en cuenta que la canción se basa en el Libro del Éxodo y, concretamente, en la huida de Egipto de Moisés y su pueblo, perseguidos por las plagas, la cosa promete.

“Sinner man” de trepidante ritmo y sonidos profundos, me resultaba tan atractiva como inquietante. Y eso que menos mal que no me enteraba mucho de lo que decía, porque la letra traducida es aún peor que la “canción de misa” de mis recuerdos infantiles. Literalmente el “sinner man/pecador” pide ayuda a la roca, al río (que sangra) al mar (que hierve) y nada de nada. Pero es que también le pide ayuda a Dios, que lo manda al diablo (¡!) y le dice que rece como único consuelo, aunque cuando lo hace es ya demasiado tarde.

La cosa es tan terrible que de hecho, en la primera grabación del tema, que fue la de la Orquesta Les Baxter en 1956 (aunque hay antecedentes en grupos de gospel) la letra incluye un final, excluido posteriormente, en el que el diablo es el único que acoge al pecador.

Sinner man – Les Baxter

Hubo muchas variaciones del tema. Sin seguir orden cronológico, mencionar alguna de ellas como la de The Weavers, más folk, o la de Bob Marley, en clave reagge. A mí me resulta especialmente encantadora la del dúo nórdico Nina y Frederick, lanzada hacia 1961, que suavizo bastante “Sinner man” llevándola a un estilo más pop. Tuvo mucha popularidad en España.

Pero la versión más importante y arrebatadora sin duda, es la de Nina Simone, con arreglos propios. Para ella, que creció con una madre metodista que usaba el tema para ayudar a los fieles a confesar, es seguro que no sería una canción más. 10 minutos nada menos de canción, incluidos en su LP “Pastel blues”, lanzado en Octubre de 1965. La verdad, te deja sin palabras.

Nina Simone – Sinner man

Nuestro Pequeño Mundo fundado en 1968 y activo hasta 1982, fue el principal grupo folk surgido en España. Estaba compuesto por ocho universitarios, dirigidos por Carlos Guitart y supervisados por Joaquín Díaz. Evolucionaron y se reinventaron varias veces. Tuvieron el detalle de finalizar su carrera con un histórico concierto, el 12 de octubre de 1983 en la Universidad Complutense de Madrid, cerrando un círculo que les llevó de vuelta a sus raíces.

“Sinner man” fue su primer single y su primer éxito. Para mí fue la primera versión que escuché del tema (junto con el “Oh, pecador…” que cualquiera sabe de dónde venía) y no voy a decir que sea la mejor, pero no estaba nada mal.

Nuestro pequeño mundo y algunos otros, fueron los responsables de que los niños de los setenta nos empapáramos de folklore nacional e internacional sin darnos ni cuenta.

Creo que, en el fondo, fuimos afortunados.

Good morning starshine – Oliver

Cuando era niña, una de mis diversiones favoritas era poner discos (de los pequeños) en el tocadiscos y aprenderme las canciones. Para mí, los discos (había muchos y de diversas procedencias) tenían una consideración más o menos como de cromos, así que los ponía todos por riguroso turno.

Claro que algunos me gustaban un poco más. Oliver me caía simpático. Y una canción con este estribillo, resultaba irresistible:

“Gliddy glub gloopy, nibby nabby noopy la, la, la, lo, lo
Sabba sibby sabba, nooby abba nabba, le, le, lo, lo
Tooby ooby walla, nooby abba naba
Early mornin’ singin’ song”

William Oliver Swofford, de nombre artístico Oliver, fue un cantante estadounidense hoy bastante olvidado, que convirtió la canción “Good morning starshine” (cuyo estribillo yo reducía a “dubi, daba dubi…”) en un gran éxito en el año 1969, llegando a conseguir un disco de oro.

Su aspecto angelical y su impecable voz, le convertían en el intérprete ideal para esa encantadora “Good morning starshine” que invita al más saludable optimismo al estilo hippie, por supuesto.

Lo del “rollo hippie” iba en serio. Y es que “Good morning starshine” tenía un pasado. La canción fue compuesta para el musical “Hair”, “ópera beat sobre la cultura hippie” (Wikipedia dixit) en 1967, que tuvo más recorrido de lo esperado, por la libertad con que trataba temas como las drogas, amor libre… además de su marcado carácter antibelicista.

Luego vino la película de Milos Forman en 1979. La he visto muchas veces. Y cuando llega el momento de “Good morning starshine” sientes ganas de montarte en el coche y corear la canción también.

Y volviendo a Oliver, tuvo un segundo éxito el mismo año 1969, con la canción Jean con el que consiguió un segundo disco de oro y aunque siguió en el mundillo unos cuantos años más, ya no fue lo mismo. Terminó dedicándose a la industria farmacéutica y murió en el año 2000 con 54 años.

Me ha gustado recordar esta canción y a Oliver, que nos dejó demasiado pronto.

Después de todo, creo que hice alguna trampa para que sonara más de una vez.

Y es que tenia una sonrisa tan dulce…

Sildavia – La Uniøn

Hay canciones que son como un bálsamo, que te sientan bien.

Canciones dedicadas a reinos imaginarios, de hermoso nombre, de esos que nunca encontraremos en los mapas pero en los que no nos importaría encontrarnos en muchas ocasiones, dejando que el tiempo transcurra muy lentamente.

Syldavia, el reino que se inventó Hergé, el padre de Tintin, trastoca la y en i convirtiéndose en Sildavia, la canción que en 1984 sacó ese grupo español cuyo vocalista llevaba un tupé a lo James Dean.

La Unión se formó en 1982, y junto a Rafa Sánchez estaban Luis Bolín al bajo, Mario Martinez a la guitarra e Iñigo Zabala a los teclados. Su canción más conocida y la que les dio la fama fue “Lobo hombre en París” pero mi favorita siempre fue “Sildavia” perteneciente a su primer álbum: “Mil siluetas” producido por Nacho Cano. Eran los tiempos de la “new wave” y el sonido del grupo nos sumerge de lleno en los ochenta.

Yo creo que Rafa Sánchez nos invita a Sildavia porque la conoce bien. Se le nota en la sonrisa de pillo que pone cuando canta.

Sildavia, el lugar en el que siempre te gustaría estar, lleva acompañándome desde entonces. Cuando vuelve a sonar revivo la sensación que tuve al escucharla por primera vez y la dejo hasta el final, quién sabe si esta vez lo conseguiré….

No falla, cuando termina me siento mejor, como si volviera de algún lugar mágico.

Con el tiempo, el tecno, la New wave y aquellos gloriosos ochenta se fueron quedando atrás, y a Rafa Sánchez se le llenó la barba de canas. Pero creo que nunca dejó de visitar Sildavia, por eso sigue cantando su canción, incluso con el solo acompañamiento de unas guitarras (aparece en la grabación Mario Martinez, fallecido en 2022) en un tono mucho más íntimo aunque, eso sí, sin perder la sonrisa.

La Unión, con algunos cambios en sus componentes, se mantuvo hasta el 2020, en que Rafa comenzó su carrera en solitario. De hecho La Unión, que no ha hecho honor a su nombre en los últimos tiempos, continúa sin él, quedando al frente Luis Bolín. Como no he seguido ni a uno ni a otros no puedo decir mucho. De hecho tampoco fueron un grupo de referencia para mí, con la excepción de Sildavia.

Porque hay canciones que deberíamos escuchar de vez en cuando, para recordar que Sildavia, ese lugar para perderse, continúa estando allí.

What’s up? – 4 Non Blondes

“Veinticinco años y mi vida sigue siendo la misma, intentando subir esa gran montaña de esperanza, buscando mi destino”

La primera vez que fui consciente del significado de “What’s up?”, la canción que el efímero grupo 4 Non Blondes publicó en 1993, me quedé sorprendida.

Por esa misma época, como muchos otros jóvenes en los primeros noventa, también andaba yo buscando mi lugar en el mundo, intentando que la montaña de esperanza no se agotara demasiado pronto.

Pero siempre parecía estar en el momento y lugar equivocado, enfrentándome a una situación que yo no había creado y que me impedía hacer realidad mis sueños, que se iban quedando lastimosamente por el camino.

“Y lo intento, oh Dios mío, de verdad que lo intento todo el rato, en este manicomio… y rezo, oh Dios mío, de verdad que rezo, rezo cada uno de los días, para que ocurra una revolución”

“What’s up?” la canción que tanto se escuchaba por ahí y que yo tarareaba sin saber mucho más, representa lo que se siente en determinados momentos en los que a tu alrededor todo es confuso y te sientes perdido, deseando que estalle alguna “revolución” que ponga las cosas en su sitio y de paso te haga encajar a ti también.

La divertida cantante del grupo, Linda Perry, de ascendencia brasileña, que tenía un aspecto entre el sombrerero loco y Willy Wonka, mostraba su inconformismo cantando con la rebeldía que requiere la canción. Sus compañeros, Christa Hillhouse al bajo, Dan Richardson en la batería y el guitarrista Roger Rocha, resultaban tan poco convencionales como ella.

El nombre 4 Non Blondes (“No Rubios” o “Para los no rubios”) fue idea de algunas de las chicas, al compararse con una familia de esas en las que todos son “guapos, listos, rebosantes de felicidad y muy rubios”. Evidentemente, ellas no se sentían así, aclarando que entendían lo de “ser rubio” como un estado mental y no en un sentido literal.

La banda, originaria de California y mayoritariamente femenina, se había fundado en 1989 y duró hasta 1995. “What’s up?” fue su mayor éxito. También el único. Un “One hit wonder” en toda regla.

No predicamos ni anunciamos ninguna revolución violenta, Solo comunicamos que puedes ser lo que deseas, si eres consciente de tu propio valor” decía Linda Perry en una entrevista de la época.

No es un mal mensaje, aunque también conviene adaptarse a las circunstancias. Ella lo hizo así, disolviendo la banda porque necesitaba hacer su propia música, y como no le fue bien con el disco que lanzó como solista en 1997, fundó su propia compañía discográfica. Terminó componiendo temas para otros como Pink, Christina Aguilera o Miley Cyrus, convirtiéndose en una gran empresaria.

Parece que finalmente encontró su camino (quiero pensar que yo también) y aunque hace tiempo que abandonó su peinado con rastas, confiesa tener una colección de más de cien sombreros.

Sin embargo, las canciones a veces tienen vida propia y “What’s up?, considerada por algunos como un himno generacional de los noventa, en los últimos tiempos también ha tomado una nueva dimensión como símbolo feminista o “queer”.

Y es que la frustración y la desesperanza puede tener muchas caras.

Little girl blue – Janis Joplin

Conservo buena parte de los discos que me compré o me regalaron durante mi adolescencia y juventud. Las cubiertas reparadas con celo del LP doble de Janis Joplin lo dicen todo. Este es de los que sonó, pero mucho.

El problema era que el disco no tenía las letras de los temas. Lo solucioné comprándome un pequeño libro “Janis Joplin, Canciones” de Alberto Manzano, publicado por la editorial Espiral/Fundamentos en el que, aparte de todas sus canciones traducidas, se incluían fragmentos de algunas entrevistas que le hicieron en 1970 para el programa de Dick Cavett, o en su ciudad natal Port Arthur (Texas) dónde acudió a una reunión anual de la Escuela Superior Thomas Jefferson, en la que se especializó en arte, concretamente en pintura.

Durante su paso por esa Escuela, Janis se sintió sola y apartada de los demás. Saberlo, me ayudó a comprender mejor su manera de cantar, tan emocional y desesperada, con la que daba salida a su doloroso mundo interior.

A la pregunta de qué tendría que decir a sus antiguos compañeros, Janis contestaba: “Podría reírme mucho tío (…) Se rieron de mí fuera de clase, fuera de la ciudad, y fuera del estado … por eso voy a casa”

Y más adelante:

“Yo no iba a las fiestas de la escuela (…) creo que no querían llevarme. Y he sufrido tanto desde entonces. Es suficiente para hacerte cantar un blues…”

Janis habla también de cómo cambió la pintura por la música: “Empecé a cantar y mientras la música te hace salir fuera, la pintura te guardaba dentro, la vida se convierte en algo que fluye a la luz, en vez de ser algo reservado en el interior”

La canción “Little girl blue” se escribió en 1935 siendo interpretada por la actriz Gloria Grafton en el musical “Jumbo” de Broadway. Desde entonces ha tenido una larga historia, con versiones de Sinatra, Ella Fitzgerald, Judy Garland, Nina Simone o Doris Day. Janis Joplin la incluyó en el disco “I got Dem Ol kozmic blues again, mama” , su tercer álbum, lanzado en 1969.

Janis Joplin que modificó en parte la letra de la canción, cantaba mejor que nadie la canción a la pequeña chica que cuenta sus dedos, mientras oye la lluvia caer, porque era ella misma. Podía sentir como propias cada una de las palabras con las que expresaba la sensación de soledad que sintió durante tantos años de su vida, la única que nunca le abandonó.

Por eso para mí “Little girl blue” es su canción y no es casualidad que dé título al documental sobre su vida, dirigido por Amy J. Berg, estrenado en el año 2015 “Janis: Little Girl Blue”.

¿Qué otras palabras podrían definirla mejor?

Creo que establecí un vínculo emocional con Janis Joplin desde entonces. La sonriente hippie que cantaba poniendo su alma en cada palabra, ha sido siempre alguien especial para mí, que me aprendí todas sus canciones, pensando que si las condiciones espacio temporales lo hubieran hecho posible, me hubiera gustado ser su amiga.

Amsterdam – Jacques Brel

A Jacques Brel siempre me lo imagino en blanco y negro.

Encuentro su imagen “muy francesa” de los 60, en esos años en los que aún quedaban ecos del existencialismo y la bohemia. En mi fotografía mental tiene una media sonrisa, mientras fuma un cigarrillo sentado en la terraza de uno de esos cafés con mesas redondas pequeñitas, tan de París.

En realidad Brel era belga. También era actor, lo que le se notaba mucho a la hora de interpretar sus canciones, al estilo de Edith Piaf. Su teatralización al cantar era tan evidente, que se nota al oído, con esa forma tan peculiar de pronunciar las palabras. Si además se le contempla sobre un escenario, resulta difícil que no te atrape también a través de sus gestos o de esa mirada un poco enloquecida.

Hubo una etapa de mi vida en la que me dio por escuchar cantautores franceses. Brassens y Moustaki eran los habituales, pero la famosa y tantas veces versionada “Ne me quitte pas” de Jacques Brel, a la que yo también sucumbí, hizo que me comprara un LP de sus grandes éxitos. Si había compuesto una canción tan sublime, valía la pena conocerle mejor.

Ese disco sonó en el viejo tocadiscos familiar una y otra vez y, sin embargo, en él no estaba una de mis canciones favoritas de Brel, un tema que nunca fue grabado en un estudio, y de la que solo se cuenta con una grabación hecha en el año 1964 en el Teatro Olympia de Paris.

Curiosamente, la primera vez que escuché los versos con los que da inicio “Amsterdam” “Dans le port d’Amsterdam, y a des marins qui chantent…” pensé: “esto lo he oído yo antes”. Era lo mismo pero no era igual, porque yo la recordaba en inglés. En cualquier caso era una bella canción, que yo ya conocía, pero cantada por alguien que no era su autor.

Amsterdam, escrita por Brel en 1964 es un poema que nos habla de las andanzas de los marineros en el puerto de Amsterdam. Valdría cualquier puerto de cualquier ciudad, los marineros celebran la vida a su manera y aunque la canción suena muy dramática, es más por el tono repetitivo e in crescendo con el que la interpreta, que por las escenas que describe. Si prestamos atención a la letra, a los marineros que nacen y mueren cada noche en el puerto de Amsterdam, parece que les da tiempo a hacer un poco de todo en las escasas horas que permanecen en tierra.

Amsterdam tiene unas cuantas versiones, entre las que se cuenta la que hizo David Bowie en 1971, publicada dos años más tarde como cara b de su sencillo “Sorrow”. Yo la conocí casi una década después, ya que estaba incluida en el LP “Rare” que contenía rarezas de Bowie grabadas entre 1969 a 1980. Esa era la versión que en mi memoria precedía a la original de Brel.

Creo que Bowie da a Amsterdam la intensidad necesaria y le añade un toque personal, que le sienta a la canción muy bien.

No sabría con cuál quedarme. Me gustan las dos y después de todo, hay veces en las que no es necesario elegir.

Biko – Peter Gabriel

A mí Peter Gabriel siempre me ha caído bien.

Sin ser una gran conocedora de su trabajo, su perfil de músico experimental, su interés por otras culturas y su postura comprometida con las causas humanitarias, me resulta muy interesante.

En 1980, Gabriel publicó un disco titulado Gabriel III. Este álbum tal vez no hubiera caído nunca en mis manos, de no ser por el que en 1989 sacó la banda escocesa Simple Minds, titulado “Street fighting years”. Un disco me llevó a otro y todo por una canción.

“Biko” tiene una duración de 7,32 minutos y en ambos discos está en la cara B (suena raro esto ahora, pero aún corrían los ochenta y funcionábamos con los vinilos de toda la vida). Si bien la versión de Simple Minds fue la que primero escuché, encontrar la original de Gabriel me hizo ver muchas cosas mas.

“Biko” (la de Gabriel) incluía en varias partes sorprendentes ritmos y cánticos africanos que llamaron mi atención. Me gustó esa mezcla que enriquecía el tema, hasta llegar al estribillo, muy fácil de recordar, de los que empiezas a tararear de inmediato.

Pero lo más importante fue saber que “Biko” tenía toda una historia detrás, que no era una palabra, sino un nombre, el del activista sudafricano contra el apartheid Steve Biko, que murió tras ser detenido y torturado por la policía de su país, el 12 de septiembre de 1977. La letra describe los hechos y en el final de la canción se incluyen grabaciones de los cantos que sonaron en su funeral.

A partir de ahí “Biko” se volvió gigante y cobró para mí una dimensión especial. “Biko” que fue prohibida en Sudáfrica, por considerarse peligrosa para la seguridad del Estado, se extendió por todo el mundo y las ganancias fueron donadas por Gabriel al Movimiento de Conciencia Negra.

Puedes apagar una vela, pero no puedes apagar un fuego. Una vez que la llama comienza a encenderse, el viento la elevará

En el año 2021, Peter Gabriel realizó una gran versión del tema con músicos de todo el mundo para la organización “Playing for change”. El vídeo es muy emotivo y en él destaca la presencia de la cantante y activista beninesa Angélique Kidyo y la de la gaitera gallega Cristina Pato.

Me gusta saber que esta canción fue escrita por Peter Gabriel, conmovido al escuchar la muerte de Steve Biko por la radio. Lo imagino pensando que tenía que hacer algo y lo hizo de la mejor manera que podía, con su música.

Ojalá hubiera más iniciativas como “Biko”, la canción que nunca dejará de sonar. Su vigencia continúa.

Serenade – Dover

Muchas canciones se las debemos a otros. Hermanos mayores, amigos, parejas, canciones debidas a nuestros padres o las que nos descubrieron generaciones que van por detrás de la nuestra. Es el caso.

Año 1997. Mi sobrino de trece años está escuchando dos canciones en bucle, a todo volumen. Comienzan mis preguntas:

¿Se llaman Dover, como los acantilados? ¿Y dices que son de Madrid?

Efectivamente, una banda de rock española que no surgía de la nada, pero lo parecía, porque su sonido era tan potente e innovador, comparado con lo que se oía en España por entonces, que resultaba bastante increíble su existencia.

En realidad, los chicos de Dover ya llevaban currándoselo unos cuantos años. Eran los tiempos de Nirvana y de otros grupos de la onda grunge, aunque para cuando ellos triunfaron, Kurt Cobain ya nos había dicho adiós a la edad maldita.

Su éxito fue arrollador, lo que es sorprendente si tenemos en cuenta que Cristina, una chica todo lo contrario a cualquier tipo de sofisticación, no tenia una gran voz, ni el grupo demasiados conocimientos musicales. Pero ahí estaban, a lo grande, moviendo a las masas en unos conciertos inolvidables y copando los números uno de las listas, con una autenticidad que los hacía únicos. Quizás ese fuera su gran valor. Las hermanas Llanos (Amparo y Cristina) Jesús Antúnez a la batería y Álvaro Díez al bajo, Dover, hicieron historia, situándose como la banda alternativa más importante del rock español. Algo tendrían.

Las dos canciones que escuchaba mi adolescente sobrino, eran: “Devil come to me” y “Serenade”. No sé cuál vino primero, pero a “Serenade” siempre le he encontrado algo especial. La canción habla de alguien que ha roto los códigos y se ha ido, de trabajar duro, de pagar por los pecados. Una letra un tanto incomprensible que conviene no analizar demasiado, porque “Serenade” te engancha desde el minuto uno, cuando Cristina casi susurra con su pequeña voz, hasta el desgarrado culmen, que en directo sonaba bastante desafinado. Da igual. Es una canción increíble, una pequeña joya.

La posterior evolución de Dover fue polémica, pero como ellos decían: “hicimos lo que nos pedía el cuerpo”, lo que no admite discusiones, la verdad. Yo me quedo con mi recuerdo, mi sorpresa al escuchar a aquel grupo lleno de energía, liderado por dos mujeres, que cantaban en inglés canciones tan hermosas como”Serenade”.